Siracusa es una de las poblaciones más bonitas de la isla de Sicilia.
En el año 1953 acontecía en ella un suceso maravilloso y altamente
significativo. Allí vivía un matrimonio formado por Antonia Giusto y Angel Ianusso, gente de humilde condición agravada
por las penurias de la posguerra. Antonia había quedado embarazada, y el
embarazo se complicaba con ataques epilépticos y dolores especiales. La pobre
gestante se halla abatida y recurría con frecuencia a la oración ante una
Madona de terracota, que había recibido de regalo el día de su boda. La imagen
representaba a la Dolorosa y había sido adquirida en un bazar cualquiera por
tres mil quinientas liras. Los médicos han diagnosticado la dolencia como una
toxicosis de gestación, que obliga a la pobre enferma a permanecer horas y
horas inmóvil y con fuertes dolores, que solo supera amparada en la firmeza
de su fe. Pero su esposo es escéptico y
no practica la religión. Ha salido para ir a su trabajo el día 29 de agosto. Se
despide de su mujer, que queda sufriendo los terribles ataques epilépticos que
le angustian.
Antonia, entre las angustias de los espasmos que padece, eleva su
plegaria a la Madona querida, que allí desde aquel retablo de escayola la
contempla impasible. ¿Pero que es lo que ocurre? Gracia, le dice a su cuñada,
que está atendiéndola a su lado-, ¿no ves? La Virgen está sudando. Su cuñada se
aproxima a la imagen y responde: Antonia, no es que suda, es que llora...
Y entonces vio a la Virgen que lloraba, que lloraba de verdad, y las lágrimas
le goteaban de los ojos....¡ María protege mis espasmos!, grita la enferma. Y
las lágrimas continúan manando sin cesar, y se humedece la almohada, y se
humedece el pañuelo con el que quieren enjugar aquellas lágrimas que discurren
silenciosas hasta llenar el cuenco que forma la mano de la Virgen junto a su
corazón. Y así pasaron varias horas, sin saber que hacerse con aquella imagen
milagrosa, hasta que a alguien se le ocurrió avisar a la policía. Y la
policía pudo comprobar, sin género
ninguno de duda, que aquella imagen lloraba. Y vuelto el marido del trabajo,
pudo igualmente constatar que era un auténtico milagro y que la gracia del
Señor se había aposentado en su humilde mansión. Y ante el Comisario, brigadier Ferrigno, y ante miles y
miles de curioso, y ante el mismo Sr. Párroco, D. José Bruno, la Virgen sigue
llorando lágrimas, que, analizadas concienzudamente y con todas las garantías
científicas, resultan lágrimas auténticamente humanas. Y cuatro doctores en un
informe oficial extenso atestiguan que el aspecto, la alcalinidad y la composición
indican que el líquido examinado es de análoga composición a la secreción
lacrimal humana.
Posteriormente, el portento tuvo repercusiones maravillosas en
curaciones inexplicables que se obtuvieron al contacto con algodones tocados o
empapados en aquéllas benditas lágrimas. Cuatro días duró la lacrimación de la
imagen de Nuestra Señora, atestiguada por centenares de testigos y por las
declaraciones juradas de los peritos.
También la autoridad eclesiástica dio su veredicto favorable en grado
sumo a la realidad del milagro.[1]
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