sábado, 29 de septiembre de 2012

La Virgen llora en Siracusa


Siracusa es una de las poblaciones más bonitas de la isla de Sicilia. En el año 1953 acontecía en ella un suceso maravilloso y altamente significativo. Allí vivía un matrimonio formado por Antonia Giusto y Angel  Ianusso, gente de humilde condición agravada por las penurias de la posguerra. Antonia había quedado embarazada, y el embarazo se complicaba con ataques epilépticos y dolores especiales. La pobre gestante se halla abatida y recurría con frecuencia a la oración ante una Madona de terracota, que había recibido de regalo el día de su boda. La imagen representaba a la Dolorosa y había sido adquirida en un bazar cualquiera por tres mil quinientas liras. Los médicos han diagnosticado la dolencia como una toxicosis de gestación, que obliga a la pobre enferma a permanecer horas y horas inmóvil y con fuertes dolores, que solo supera amparada en la firmeza de  su fe. Pero su esposo es escéptico y no practica la religión. Ha salido para ir a su trabajo el día 29 de agosto. Se despide de su mujer, que queda sufriendo los terribles ataques epilépticos que le angustian.

Antonia, entre las angustias de los espasmos que padece, eleva su plegaria a la Madona querida, que allí desde aquel retablo de escayola la contempla impasible. ¿Pero que es lo que ocurre? Gracia, le dice a su cuñada, que está atendiéndola a su lado-, ¿no ves? La Virgen está sudando. Su cuñada se aproxima a la imagen y responde: Antonia, no es que suda, es que llora...
Y entonces vio a la Virgen que lloraba, que lloraba de verdad, y las lágrimas le goteaban de los ojos....¡ María protege mis espasmos!, grita la enferma. Y las lágrimas continúan manando sin cesar, y se humedece la almohada, y se humedece el pañuelo con el que quieren enjugar aquellas lágrimas que discurren silenciosas hasta llenar el cuenco que forma la mano de la Virgen junto a su corazón. Y así pasaron varias horas, sin saber que hacerse con aquella imagen milagrosa, hasta que a alguien se le ocurrió avisar a la policía. Y la policía  pudo comprobar, sin género ninguno de duda, que aquella imagen lloraba. Y vuelto el marido del trabajo, pudo igualmente constatar que era un auténtico milagro y que la gracia del Señor se había aposentado en su humilde mansión. Y ante el  Comisario, brigadier Ferrigno, y ante miles y miles de curioso, y ante el mismo Sr. Párroco, D. José Bruno, la Virgen sigue llorando lágrimas, que, analizadas concienzudamente y con todas las garantías científicas, resultan lágrimas auténticamente humanas. Y cuatro doctores en un informe oficial extenso atestiguan que el aspecto, la alcalinidad y la composición indican que el líquido examinado es de análoga composición a la secreción lacrimal humana.

Posteriormente, el portento tuvo repercusiones maravillosas en curaciones inexplicables que se obtuvieron al contacto con algodones tocados o empapados en aquéllas benditas lágrimas. Cuatro días duró la lacrimación de la imagen de Nuestra Señora, atestiguada por centenares de testigos y por las declaraciones juradas de los peritos.

También la autoridad eclesiástica dio su veredicto favorable en grado sumo a la realidad del milagro.[1]



[1] Alerta, Humanidad, de Rachel Adams y Alfredo Bonicelli

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